martes, 29 de diciembre de 2009
El camino
Soledades...cuento corto
En los anaqueles empolvados y atiborrados por libros que ya conocía de memoria y que distinguía casi por su olor, estaba escrita una a una la historia de un soñador, de un iluso, de un entusiasta... repletos de genios que habían tenido su instante de mágica inspiración, que le habían contagiado alegría, lo hacían temblar de emoción; esos genios que cubrían con traslúcidos velos sus minúsculos sueños para engrandecerlos luego bañados en olorosas y fragantes rosas y él ahí, viejo ya, agobiado por el paso del tiempo que pesaba en sus rendidos hombros, agotado por el final presumible de la ancianidad al pasar las 8 décadas y angustiado ante la incertidumbre de los mañanas rutinarios y sin sentido. Tenía su rostro lavado en sudor como una víctima agónica en presencia de la nauseabunda muerte; sus rizos plateados y largos, colgaban descuidadamente sobre sus opacos ojos y sus arrugas inconfundibles, huella inclemente del paso del tiempo.
LA CONSTITUCIÓN EN LA IDEOLOGÍA DEL COLOMBIANO
Análisis desde la realidad social
Uno de los objetivos de la Carta Magna es proteger al individuo permitiéndole crecer y desenvolverse armónicamente. En primera instancia, en los Arts. 1 y 2, se define a Colombia como un Estado que respalda el ejercicio de la ciudadanía mediante el respeto a la dignidad humana, buscando un bienestar general a través de la justicia y la equidad, pero estas últimas, se han convertido en objetos de constante atropello, ya que no existen acciones comprometidas en su ejercicio y aumentan, cada vez más, las personas inescrupulosas que se usufructúan de ella.
Por otra parte, en sus Arts. 11, 12, 13, 15, 16, la Constitución define como inviolables los derechos a la vida, a la libertad, a la intimidad y al libre desarrollo de su personalidad; sin embargo, son éstos los más vulnerados en la cotidianidad de los colombianos. La vida deja de ser un derecho para convertirse en una benevolencia del agresor al conceder un minuto más de vida al agredido, además, es arrebatada mezquinamente por diferencias de pensamiento, ideales, odios y hasta pasiones. La libertad ha dejado de dar al hombre la posibilidad de ser autónomo y decidir su propio destino, para convertirse en una posición ventajosa a la manipulación de terceros; no se es libre para pensar, ni para decidir, no se es libre ni siquiera para vivir.
El derecho a la intimidad es una utopía, se vulnera hasta la misma vida cotidiana, porque no se deja pasar la vida de otros sin que primero se experimente el sabor amargo de la envidia y de la crítica. El derecho al libre desarrollo de la personalidad es en definitiva un imposible, pues para forjarla se debe acceder a las diversas presiones del medio en cuanto a gustos, formas de vestir y hasta de soñar que permitan el acceso al minúsculo y mezquino mundo de la sociedad. No se encuentra la forma sencilla y humana de respetar al otro por lo que es en su interior, por sus valores y cualidades sino por su presencia, lo que tenga y lo que valga; no tienen valor significativo los sentimientos ni las emociones.
Sin embargo, estas consideraciones particulares tienen un trasfondo mucho más complejo, dibujado en una realidad social vacía y solitaria que impone un parámetro de superación que aniquila al adversario sin compasión y garantiza la supremacía individual por encima de cualquier obstáculo.
Desde esta perspectiva, ¿qué se puede esperar y menos aún exigir a un joven cuando éste se ha convertido en el reflejo de una existencia improductiva, infeliz y frustrante, cuando ha sido producto de un hogar desecho, con necesidades insatisfechas, con sueños inexistentes? ¿Qué puedo esperar de un niño cuando crezca, si ha visto con sus ojos el color gris de la pobreza, la miserableza de su misma carne al no poder luchar contra la sociedad que lo tiene en su seno pero que sin embargo, lo desprecia? Una sola de estas respuestas contiene la falta de consideración, de conciencia común, de humildad y sencillez; abunda la soberbia, rabia contra el mundo, envenenados en la propia sangre, desgastando la vida sin compasión alguna.
La realidad social cambia los parámetros de cualquier constitución; si no existe un ambiente saludable para que florezcan los buenos principios morales y la convivencia adecuada y no hay quien asegure los derechos individuales y colectivos mediante el estricto cumplimiento, no habrá jamás justicia. ¿Qué se espera de los jóvenes? ¿Qué se les ha brindado? Son los adultos unos niños tratando de crecer de la mano de otros niños más pequeños, todos, caminando hacia una destrucción total, segura y definitiva.
A pesar de que existe una legislación que busca proteger al individuo y a la sociedad, se ha creado un ambiente de opresión para todos; se quiere libertad pero se le mezquina a otros, se quiere solidaridad pero no hay disposición para brindarla, se quiere paz pero el corazón está lleno de odio, se ha perdido la capacidad de llorar, de soñar y de vivir de la mano de la felicidad. Cada día se está más a la puerta del completo abandono. La soledad y la individualidad resultan un alivio frente al agitado compartir intentando defender los derechos propios. La violencia cansa el espíritu pero ninguno está dispuesto a abandonarla; ¿qué puede ofrecer quién solo ha vivido violencia? Hoy la violencia circunda la cotidianidad, avasalla y doblega conciencias.
La Constitución de 1991 es un tratado contra la violencia, es una invitación a una convivencia en paz; sin embargo, los tiempos aseguran que las intenciones se quedarán en anhelos, pues la violencia es el alimento diario y se ha hecho de ella la principal invitada. Muchos son los tipos de violencia, desde el silencio que todo lo otorga hasta la agresión más humillante, y cada una de ellas deja huella en aquellos que han tenido que padecerla.
Todos están tan cansados de vivir lo mismo, de ser esclavos, de pertenecer a la rutina, sin nada diferente que experimentar, que les resulta más placentero no vivir necesariamente en paz. Su espíritu exige altos niveles de adrenalina, sin importar la circunstancia. ¿Pero a qué se debe? Existen elementos que influyen definitivamente en la formación del individuo y en su personalidad, que constitucionalmente han sido tenidos en cuenta y que determinan parámetros fundamentales en el crecimiento personal.
La familia: La constitución de 1991 se refiere a la familia en su Art. 42 como “núcleo fundamental de la sociedad”, lo que, enmarcado en la realidad colombiana, es cada vez menos común. Si bien es cierto, la familia ejerce un poder en el individuo, fortaleciendo sus parámetros de conducta; sin embargo, si las familias de hoy están compuestas por personas llenas de odio, de rencores, de envidias... ¿cómo se puede esperar que sean ellas quienes formen a jóvenes saludables?
Si bien es cierto que el Estado debe garantizar los espacios y respaldar el buen desarrollo de sus ciudadanos, también es responsable, en mayor parte, de los resultados posteriores. El Art. 44 define como derechos fundamentales del niño no solo la vida, la integridad física, la salud, la alimentación, y otros, sino también el derecho indiscutible a tener una familia, al cuidado, al amor y a la libre expresión de su opinión. Todo individuo tiene en sus manos la capacidad de cambiar y mejorar su vida, pero ninguno tiene el derecho de escoger y decidir el destino de los demás.
La educación: Consignada en el Art. 67, la Constitución hace énfasis en formar colombianos “en el respeto a los derechos humanos, la paz y la democracia”, pero ¿quién recibe realmente educación? Existen muchos factores que no permiten la existencia de condiciones escolares: la ausencia de respaldo del Estado en la prestación del servicio educativo, lo que obliga a los padres a solventar los gastos de la educación de sus hijos, quienes, en grandes porcentajes, terminan vinculándose a la vida laboral desde muy temprano. Una nación con ciudadanos analfabetos es una nación sin capacidad de decisión, sin capacidad de pensar. La educación forma hombres de bien, aún si son pobres, aprenderán a vivir con mayor sensibilidad humana.
Si no hay educación, no habrá jóvenes para la sociedad. ¿Porqué no invertir en ella, si los resultados a largo plazo son fantásticos? La base del desarrollo de una nación es brindar una educación a sus habitantes que colme las expectativas de crecimiento. Todos tienen derecho a saber en qué mundo viven, a intervenir y a refutar. Cuando una nación convenientemente decide que la educación y la salud no son elementos fundamentales para su desarrollo y que muy por encima están otros como la deuda externa, compra de armamento y pagos politiqueros, es porque quiere tener una población sometida, enferma e ignorante; fácil de doblegar.
Sin educación el hombre está destinado a perderse en el borrascoso mundo de la oscuridad y a negarse la posibilidad de ser mejor persona. Tener la posibilidad de estudiar gratuitamente como miembro de una comunidad sin recursos, permite definir un futuro, ser miembro activo de la sociedad, participar en decisiones de diferente índole y aportar ideas.
Después de la educación está la tolerancia como elemento primordial del respeto mutuo; pero cuidado, la tolerancia no es soportar la agresión de otros sobre los deseos propios, la violación de los derechos fundamentales por terceros, la vulneración de la dignidad humana; la tolerancia hace referencia al respeto por la diferencia de otro individuo en sus características personales y sociales.
Los derechos y deberes consignados en la Carta Constitucional, conforman un paquete que asegura la convivencia pacífica y el desarrollo de individuos sanos dentro de una sociedad equitativa, siempre que exista el compromiso del Estado para respaldarla, cumplirla y hacerla cumplir y el convencimiento individual de que mediante su ejercicio se puede obtener no sólo la libertad y la paz ajenas sino las propias.
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El camino... ...largo has sido en el remanso silencioso del destino, tú, al que llamaron camino que me permites andar por enci...